Enfrentarnos a nuestra propia muerte supone un verdadero quebradero de cabeza para muchas personas. El miedo a la muerte es un sentimiento muy habitual que puede derivar en un drama emocional importante. Este temor puede llegar a transformarse en un terror extremo y angustioso que repercute en la vida diaria de las personas, lo que se conoce como tanatofobia.
Todos sabemos que ese final es inevitable, por ello debemos trabajar nuestra inteligencia emocional y lograr superar nuestro propio duelo antes de que llegue el momento de enfrentarnos a nuestra propia muerte.
Ese momento llegará tarde o temprano y no debemos optar simplemente por no pensar en ello. Aceptar la realidad y gestionar nuestros sentimientos adecuadamente nos ayudará en el proceso.
Son muy diversos los motivos por los que cada persona teme a la muerte. Desde miedo a la enfermedad, hasta la preocupación por nuestros seres queridos, cuya vida continuará sin nosotros cerca. Cada uno enfoca su temor pensando en sus prioridades físicas o emocionales.
A la hora de enfrentarnos a nuestra propia muerte, para muchas personas es angustioso el miedo al dolor físico, a la enfermedad, a la dependencia en la vejez. Sentir que su estado físico no estará a la altura y necesitarán de otras personas para tener una vida digna les bloquea y les genera mucho sufrimiento.
Para otras la angustia llega al pensar que no volverán a estar con sus seres queridos, que se perderán sus nuevas vivencias, que la vida continuará sin ellos. También preocupa a muchas personas la responsabilidad de no poder cuidar de sus hijos, de sus padres ancianos, … O el cómo enfocarán éstos su pérdida y el posterior duelo.
Otro de los temas que nos atormenta al enfrentarnos a nuestra propia muerte es el no conocer lo que ocurre después. Ya seamos personas religiosas o agnósticas, el miedo a lo desconocido, a no saber qué será de nuestra esencia, de nuestra alma, nos puede generar una enorme angustia.
La preocupación y el sufrimiento de asumir nuestro propio final puede enfocarse de distinta manera según las circunstancias. Una persona no vivirá igual la situación si, por ejemplo, es un anciano consciente de que su tiempo es ya muy limitado, que si es de mediana edad y se enfrenta a un diagnóstico de enfermedad terminal.
En cualquier caso, tratar de enfocarnos en ideas positivas nos ayudará a reducir la angustia al pensar en nuestro final.
El primer paso es identificar cuáles son exactamente nuestros temores. Si conocemos qué es lo que nos produce miedo o preocupación ante la muerte, podremos trabajar para tratar de superarlo o solucionarlo.
Ser conscientes de nuestras prioridades en la vida también puede ayudarnos a enfrentarnos a nuestros temores. Valorar lo que realmente nos importa y priorizar los asuntos en los que queremos invertir nuestro tiempo nos puede proporcionar mucha paz mental.
Cerrar ciclos o terminar asuntos pendientes es una buena forma de encarar la preocupación al enfrentarnos a nuestra propia muerte. Solucionar cuestiones personales que nos incomodan, acercarnos a las personas de las que nos distanciamos o dejar resueltos los temas económicos son algunos de ellos.
Pero, sin duda, lo que realmente va a ayudarnos a asumir nuestro propio final, es concienciarnos y aceptar que nuestra existencia es finita. Una vez asumida esta realidad, debemos de tratar de vivir con positivismo y serenidad. Valorar todo lo bueno de nuestra vida, recrearnos con los buenos recuerdos. Debemos mantenernos activos e ilusionados, aceptando que las personas no tenemos ninguna capacidad de controlar voluntariamente los procesos biológicos que nos mantienen con vida. Tampoco debemos dar por hecho la vida, eso nos ayudará a disfrutar cada día como si fuera el último.
Vivir intensamente y sin restricciones, adaptándonos a cada circunstancia, nos hará sentirnos orgullosos y felices al final del camino. Platón decía que “aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor”.